Muchas mujeres manifiestan haber sentido dolores crónicos de espalda tras el parto. A esta cuestión ha respondido la matrona Gemma Méndez en el libro Escuela de la espalda del doctor Ata Pouramini:
“Con la epidural no hay sensación, con lo que la mujer no puede adoptar la postura que su bebé le está pidiendo en cada contracción, además de que hay una excesiva relajación de toda la musculatura y es muy frecuente que los bebés pierdan su postura superflexionada ya que no tienen el tono muscular de sus madres manteniéndosela, con lo que ofrecen un diámetro mayor para entrar en la pelvis y les queda así el paso más justo. Así que con la epidural, la pelvis materna que se tendrá que abrir más, pero no sabrá cómo. Y aunque la mujer mantenga la capacidad motora, es decir, lleve la walking epidural, esto seguirá siendo así, podrá moverse, pero no sabrá cómo es exactamente cómo deberá hacerlo.
En este sentido, como podemos imaginar, al bebé le va a costar mucho más poder encontrar la salida, va a tener más riesgo de necesitar ayuda, tanto química (oxitocina artificial que crea contracciones estándar, que no permiten generar endorfinas, con lo que nace sin hormonas del placer), como física (instrumentación, ventosa, palas, fórceps o cesárea), con lo que va a tener más riesgo de sufrir traumatismo en el parto.
Uno de los riesgos de la epidural es sentir dolor en el lugar de la punción durante mucho tiempo después, al igual que dolor de cabeza en los días posteriores, en la gran mayoría de ocasiones no está relacionado a la técnica utilizada en el momento en que se administró, es decir puede aparecer o no. La epidural utilizada de manera generalizada, sencillamente para quitar el dolor a la mayor cantidad posible de mujeres, independientemente de la evolución del parto, lo único que hace es ponérselo más difícil al bebé, ya que no tiene la ayuda de su madre en su nacimiento”.